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Y se deslizaban las lágrimas por las mejillas y le iban a parar a la boca y notaba el sabor salado ... y seguía pensando:

 

Había una vez una sensibilidad muy sensible, era tan sensible que le costaba salir sin protección, cada día tenía que elegir muy bien el vestuario. Cuando hacía frío se podía esconder detrás de la bufanda, que la protegía de todos los elementos externos, pero aún así la bufanda también había tomado un gusto salado.

Y a la sensibilidad nada le pasaba por alto, ni siquiera la Navidad, que extremaba su potencia y hacía que la sal dulce que sale de los ojos no parara de gotear.

La Navidad! - Pensaba-. Siempre por estas fechas se convertía en algo descontrolada ... el filtro hacía el efecto deseado por cualquier sensibilidad y tan sólo permitía que le entraran en ella los grandes momentos del pasado y de su origen ...

Cuando era pequeñita ya se podía intuir dónde podría llegar y así se lo hacía saber cada día a su portador ...

La sensibilidad tenía vida propia, como todas, pero siempre dependía del cuerpo y la mente o incluso el corazón de quien la había acogido y había crecido con ella. Pero aunque siempre iban juntos, muchas veces ella cogía un camino mucho más directo y él, el portador, sentía cómo se le descontrolaba por momentos.

Había una vez un niño que soñaba ... un niño que quería creer que los Reyes Magos serían para siempre los Reyes Magos, un niño que no quería crecer. Miraba su entorno y entendía que hacerse mayor tampoco sería tan desagradable ... estaba bien acompañado de gente que todavía llevaban juguetes bajo el brazo aunque las barbas blancas delataran sus edades. El niño notaba en muchos casos una cosita en su interior, una cosita que le hacía mucho bien y también mucho daño. A veces, disimulando, volvía a casa y se encerraba en la habitación y empezaba a llorar, porque algún amiguito le había dicho algo bonito o feo ... pero lloraba mucho ... escondido siempre de todos.

Un día el niño la notó y la sensibilidad le devolvió el descubrimiento con una sonrisa ... ese día se conocieron y para siempre se emocionaron juntos ...

Cada noche se contaban el día. De cómo había ido realmente, y de cómo lo habían oído finalmente, y así estuvieron muchos años ... se amaban y nació una complicidad entre ellos dos muy grande ... tan grande que incluso parecía mágica .. .

Y el niño se hizo mayor y maduró y la sensibilidad también comenzó a envejecer... y los dos se hicieron mayores de edad.

Aquí la relación empezó a cambiar, aunque el amor entre ellos seguía infinito. Pero el muchacho casi era un hombre, un hombre que ya llevaba espada y escudo y que había aprendido a protegerse. Ella, en cambio, seguía igual de limpia, seguía filtrando las cosas por un millón de colores, y convertía todo lo que tocaba en algo extraordinario ... tanto por lo más bonito como por lo que no lo era tanto... así se seguía entregando a su inseparable amigo.

Pero el escudo de él la confundía. En cualquier batalla cotidiana él cogía el escudo con tanta fuerza que a veces se defendía incluso de su mejor compañera ... cegado por alguna lucha, en alguna confusión extrema la había herido con la espada, y cuánto él veía los miles de colores que salían de la herida que le había producido a su amada, paraba de repente y se pasaba muchos días mimándola, pidiéndole perdón, queriéndola como siempre había hecho y finalmente ella volvía con él, porque era su casa, porque era donde quería estar.

Y así pasaron muchos años, con disputas absurdas. Porque finalmente ella siempre se quedaba allí, siempre estaba y el niño, el muchacho, se convirtió en hombre, pero tanto el niño como el chico seguían en su presente, porque todo se acumula en la vida, todas las etapas van con una persona para siempre.

Y el niño-chico-hombre... tiró delante de su gran amiga la espada y el escudo y le pidió, diría que incluso imploro, que ella lo guiara para siempre. Ella, que nunca exigió nada, lo abrazó y le dijo:

-Yo siempre he estado aquí, pero te debo la vida a ti ... esta vida que me has dado tan intensa eres tú, sin ti me habría hecho tan pequeña que te habrías olvidado de mí o quizás habrías notado de vez en cuando una bonita caricia casi inconsciente ... por más escudo y espada que me has mostrado, nunca me has querido hacer daño, me he sentido querida y valorada y yo no te he de guiar ... yo, como siempre, me mostraré, y tú, y perdona mi pedantería, como siempre, me escogerás ... no te tengo que guiar, tan sólo te acompañaré ...

Un día él murió, justo a la edad en que se convirtió en anciano ... y se marchó, ya nadie lo podría ver físicamente ... murió dentro de un silencio lleno de sonrisas, murió sabiendo que había vivido como él quería, vivió los últimos instantes mirando hacia atrás y sabiendo que había hecho lo que realmente quería ... la sensibilidad lo miraba mientras él se marchaba, la acariciaba por última vez y todo de miradas externas le acompañaban en la escena ...

Él se marchó, ella no. Se quedó en la tierra deshaciéndose en cuatro partes o en mil, eso nadie lo sabe. Y se fue reubicando en muchas personas. Explotó en trocitos y cada uno de ellos se fueron situando en diferentes cuerpos como empujada por muchos imanes potentes ... el niño-chico-hombre-anciano había dejado su herencia y quien escribe esto tira la espada por un instante , esconde el escudo y notando la dulzura de la sal mira hacia atrás y sólo tiene una cosa que decir:

Gracias por cruzarte en mi vida !!

Mayte

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